Ascensión

Ascensión

A los 40 días después de la Resurrección.

Al igual que en nuestros días la palabra cuarentena en cuanto  a tiempo físico, no tiene nada que ver con los 40 días originales, sin embargo se sigue guardando ese nombre, aunque una persona esté confinada dos días.

Así en la literatura bíblica ciertos números tenían un significado especial más allá del puramente aritmético – cuarenta era el período de tiempo de una generación y significa el paso de un tiempo largo.

Puede también  significar un período de  prueba, de maduración,  que acaba en una nueva situación: los 40 días y 40 noches del diluvio, con la promesa de una nueva vida sobre la tierra; los 40 años de los israelitas en el desierto acaban con la entrada en la Tierra Prometida; los 40 días y noches de ayuno de Jesús acaba con su “triunfo” sobre el diablo. Según San Lucas, Jesús acaba su paso por la tierra  a los cuarenta días de su Resurrección,  significando la consumación de su trabajo de redención y entrada en  el cielo. Quedará Pentecostés.

Durante su vida terrenal sometió su cuerpo a toda clase de vejaciones, pesares, dolores, angustias, a través de las cuales redimió nuestra condición humana: “No hay mayor amor que dar la vida por los que se ama:” Y de forma cruenta  la dio por nosotros.

La Ascensión es la otra cara, o completa la cara, del cuerpo de Jesús humillado, destrozado, “roto”. Nuestra fe profesa que Jesús es verdadero hombre y verdadero Dios: Jesús Hombre se ofrece y es glorificado por Jesús Dios. Con su Ascensión un cuerpo humano, el suyo, como el nuestro disfruta ya un lugar privilegiado en la gloria celestial, ganándonos con ello el derecho a que también nuestros cuerpos participen de ese estado celestial.

I tirando del hilo: Intuyendo a San Pablo en su: “Lo que ojo no vio, ni oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios nos tiene preparado para los que le aman.” 1Cor 2,19. Cuando: “me conoceré como soy conocido” 1Cor 13,12. Y siguiendo tirando del hilo, refiriéndonos a personas que después de muertas clínicamente han tenido que volver a sus cuerpos – y de nadie se ha debido oír que dijera: ¡qué suerte! ¡De buena me he librado!  – siendo ya la muerte para todos ellos un deseo; algunos de ellos, mencionando su incapacidad de expresar lo que vieron y sintieron, comentaron cosas como que “el color era música”. El mismo San Pablo 2Cor 12,3 tuvo su parte en algo parecido: “Si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar”.

Me gustaría escuchar el sentir de lo que para un músico, por ejemplo, podría suponer, vivir ese estado atemporal, siendo él mismo música con toda la belleza, finura, pureza, elegancia que un estado así debe conllevar. Lo mismo para un pintor, con toda la gama de colores expresando ese complemento con la música. Y así, todos y cada uno de nosotros, inmersos en el estado atemporal de Dios, inmersos en el corazón de Dios, donde el deseo: “que se para el reloj” que hayamos podido sentir durante nuestra vida, es nuestro estado.

Ángel

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