Cuando Ángel Olaran pisó tierra etíope hace más de 25 años con la misión de construir una escuela, le esperaba una tierra yerma, de las más áridas del país, donde los árboles y pozos de agua brillaban por su ausencia, y la región crecía empobrecida a causa de repetidas sequías y la eterna guerra con la vecina Eritrea.
A pesar de ello tras años de trabajo, actualmente en Wukro crecen zonas verdes y árboles que dan cobijo bajo su sombra a aquellos que huyen de las fuertes horas del sol.