HÉROES ANÓNIMOS

HÉROES ANÓNIMOS

Leído en la prensa del 23 Julio 2023:

“Una madre de 30 años y su hija de 6 han sido halladas muertas, a causa de la sed y abandonadas en el desierto,  frontera entre Argelia y Libia. Durante el mes de julio fueron numerosos migrantes subsaharianos que murieron en similares condiciones.

Una realidad conocida que se va repitiendo durante años, reprimida, castigada,  incluso inhumanamente por las autoridades que crean las leyes.

Sin que nadie me lo haya pasado, cojo el relevo de HERMANITO, narrado por el migrante guineano Ibrahima Balde y escrito por el periodista Amets Arzallus de Hendaya

Este libro es otra versión de la Casa de La Pradera. Lo recomiendo como libro familiar de cabecera.

Presenta una versión distinta, sino opuesta,  del mayorazgo vasco.

Noticias diarias del estilo, tienen que reavivar sentimientos incrustados en lo más íntimo del espíritu de Ibrahima Balde, para quien  algunos desiertos del Norte de África son terreno conocido.

 Ibrahima salió de su casa en Conakry a buscar a su hermano Alhassane, aún menor de edad, de donde salió para poder ayudarle a cuidar de la familia: madre y dos hermanas menores. Al morir el padre, Ibrahima,  con apenas 13 años  tuvo que hacerse cargo de la familia, dejó la escuela, fue a Liberia, donde aprendió a dormir en la calle.

Su ilusión: aprender a  conducir camiones para sacar adelante la familia. En su  cultura,  al menos un su familia, el mayorazgo no significaba derechos personales, sino obligaciones. En más de una ocasión sintió la carga de ser el mayor;” deseaba haber sido el segundo, o el último” , pero no se dejó llevar por ese sentimiento y la asumió hasta sus últimas consecuencias.

Un día Alhassane le llamó  por teléfono comunicándole que la madre estaba grave. Dejó el trabajo de aprendizaje. Llegó a casa y encontró a su madre en mal estado. A hombros la llevó al hospital cubriendo así los 9 km. Cuando se  cansaba se arrodillaba, los dos descansaban, para volver a arrodillarse y coger a su madre de nuevo sobre sus hombros, como decía: a caballitos. En ese recorrido el pequeño les animaba y en siete ocasiones les dijo: estamos llegando. Recordándolo Ibrahima  comentaba: “Aunque lleves a tu madre a hombros a La Meca no has pagado ni un céntimo de todo lo que ella ha hecho por ti.”

Un día hablando con Alhassane éste le dijo “ Koto – nombre que se da al hermano mayor –  yo quiero comenzar a ayudarte. A lo que Koto le contesto: “apenas tienes 13 años y tienes  que seguir estudiando. Tienes los ojos grandes para aprender muchas cosas. Quería decirle que era inteligente.” Además esa había sido la voluntad de su padre y su madre. Me contesto “oke”, pero “me daba cuenta de que su ánimo estaba cambiando, ya sin remedio”.

Esos días en casa, Ibrahima se convertía también  en madre: Cuidaba de ella, sacaba agua del pozo, traía la leña,  lavaba la ropa en el río, se hacía cargo de las cabras, las vacas. Y como dice: “lo que más disfrutaba era llevar a mis hermanitas colgadas de la espalda atadas a una tela grande”. En los 53 años que llevo entre Tanzania y Etiopía, nunca he visto un hombre, ni a un joven haciéndolo. Comenta que el pequeño le ayudaba mucho.

Ibrahima, después de que su madre hubiera mejorado, le dijo que quería volver a Conakri a seguir con su aprendizaje y conseguir dinero para que el chico no dejara de ir a la escuela. Su madre le beso. El entonces tenía 16 años.

A los 3 o 4 años de estar en Conakri, su madre le llamó diciéndole que hacia 3 semanas que no sabía nada de Alhassane. Así volvió a casa. La ausencia de su hermano hizo que comenzara a sentir su debilidad “Cuando digo debilidad, quiero decir culpa. Sí, mi culpa. Porque le di mi palabra de que le ayudaría en los estudios, pero no pude hacerlo, yo era un simple aprendiz, no ganaba dinero. Y  se marchó.”

Él volvió a Conakri, a aprender a transportar cargas pesadas.

Después de varios meses sin noticias, se enteró que estaba en Libia desde donde habló con su madre. Se le cayó el mundo encima. Le pasó en número de teléfono e Ibrahima consiguió hablar con su hermano, quien le dijo que quería llegar a Europa. “¿Te puedes ir a Europa sin explicarme nada?” Me dijo que le perdonara, que me quería ayudar y que no sabía cómo. “Solo te pido una cosa, Koto, no te olvides de mamá.” “No pienses en nada más, no pienses por qué me he marchado de casa, no pienses por qué dejé la escuela. Yo quería seguir un camino para ayudarte, porque detrás de nosotros no hay ningún futuro.”

Consiguió darle su dirección en Libia: Sabratha, en  uno de los campos de refugiados llamados – tranquilo – de Baba Hassan, esperando una ocasión para cruzar el mar.

A los tres o cuatro días salió a buscarlo, con su documentación, una foto del hermanito y el dinero que consiguió su madre con la venta de tres cabras. No se menciona ni maleta ni mochila.

                                                              Segunda Parte

Su primer destino, ya fuera de Guinea, fue Bamako, en Mali. Consiguió que lo metieran en un camión, donde viajó escondido en el trigo. De Bamako a Gao fue en autobús: “el camino estaba oscuro y el autobús se durmió. Cuando desperté ya era el desierto.” Y así hasta tres noches sin que el autobús parara. Hacía tanto calor que el cristal del autobús quemaba la oreja.

Por cuestiones de guerra entre Malí y los tuaregs, acabó en una cárcel de traficantes de migrantes, en la que había unos 180 presos. Los vigilantes nos decían: si pagas te llevamos a Argelia, sino te matamos.” Yo les di las tres cabras de mi madre, setenta euros”. Al cabo de unos tres días me metieron en un camión, con otras 93 personas.

Siguieron por el desierto. Pasaron cinco días en el camión sin recibir comida alguna, El camión no paraba. Solo con un pequeño bidón de agua. Desde vomitar a todas las necesidades, todo lo hicieron en los pantalones. Y así llegaron a una cárcel perdida en el desierto. Resultó ser un mercado de personas. En la venta a él no lo compraron y allí estuvo tres días más.

Para salir de aquí decía, hay dos caminos: que alguien te compre y te lleve o que envíen dinero de tu casa. Al revisarme todos los huecos del cuerpo así como los de la ropa, y ver que no tenía nada más que el carnet de identidad, se quedaron con él.” Desde entonces vivo sin papeles y cuando te encuentras sin papeles  no vales más que una cabra.” En las ventas que se sucedieron nadie lo compró y se quedó con comida de perros.

Solo le quedaba la opción de la fuga. Después de haber visto la condición de la pared que les separaba del mundo y ver que era una pared vieja que tenía agujeros por doquier, una noche salió de la celda, la escaló, junto a un compañero, para encontrarse con otra pared, esta de unos seis o siete metros, con la fortuna de que había una madera larga, que la pudieron usar como escalera. Él consiguió llegar arriba y saltar bien sobre la arena. Su compañero cayó mal, se debió de romper algún hueso y a sus gritos de dolor acudieron los guardianes, que con palos y golpes consiguieron que sus gritos atravesaran el desierto. Él corrió adelante, descalzo, no  sabía adonde, pero adelante. Lejos. Hacia las 4 am se paró como dice: “atravesando una oscuridad muy larga.” Se tumbó y durmió seis horas. Al despertar encontró desierto por los 4 lados. Después de caminar otras 5 horas oyó el ruido de una moto. Ante la  perspectiva, y atemorizado por la intención de la persona subió a la moto. Al rato paró la moto y le enseño el lugar donde los tuaregs dejaban agua para posibles caminantes. Bebió hasta que comenzó a sentir todo su cuerpo. . “Eso es el agua, al agua hace tu cuerpo.”

Paró en un cruce de camino diciéndole, “sigue por ahí y a 55 km está tu destino.” En el desierto 55 km son muchos km.  Caminó  todo el día, poniéndose los pantalones en la cabeza para protegerse del sol. A las seis horas de andar echó los pantalones y siguió en camiseta, calzoncillos y descalzo. Se veía morir de sed, “pero a veces ocurre algo.” Eran dos kifs, dos bidones grandes de plástico con agua, siguiendo las costumbres de los tuaregs. Bebió mucho y consiguió llevarse un poco de agua para el camino. Y siguió. Caminó tres días, sin comer, bebiendo agua. “Seguía hasta agotarme, cerraba los ojos hasta despertarme.”

Al fin vio unas luces: Timiauouine – Argelia. Al llegar a la ciudad vio una mezquita y pensó: Tengo que rezar”. Para él rezar es importante: “es algo que queda entre Dios y yo, es nuestra relación.” Al salir de la mezquita un señor le dio un poco pan y  zumo. Se tumbó en un banco y durmió siete horas. Se despertó con piernas de elefante; apenas podía caminar y lo hizo hasta quedarse sentado cerca de un bar. Pasó un niño de 14 años, Ismael, que resultó ser guineano, como Ibrahima. Salió del bar con un trapo mojado en agua caliente y le dio masajes en las piernas. Pasaron seis meses juntos hasta llegar a Ghardaia. Trabajaron juntos unas tres semanas, cargando carretillas de arena. Con 4 viajes ganaban unos 6 euros

Así decidieron ir hasta Borj, a 120 km. con la ventaja de que el camino estaba asfaltado. Se les juntó un joven de Mali. De vez en cuando veíamos a algún otro tirado en la arena, cadáveres encogidos y con cara de sed. En el desierto es así. A los 30 km el de Mali se quedó en el camino. Descansábamos de noche tumbados en la arena y dormíamos. . . Caminamos cuatro días y al quinto llegamos

En Borj trabajaron dos meses mezclando cemento. Comenzaban a las 5 am y no acababan nunca. Ganaban poco y decidieron ir a Reggane. Lo hicieron ocultos en una furgoneta: donde caben dos cabras, metieron 16 personas. De ahí  en autobús fueron a Adrar, donde ya la gente con sus miradas les decían: “Este no es vuestro sitio”.  De Adrar, también en autobús llegaron a Ghardaia.

En Ghardaia a los dos meses se tuvieron que separar. La despedida fue muy dura. El chico se dirigía a Europa, él a “Libia para hacerse cargo de su hermano y volver a Guinea. “ Soy responsable de lo que le pase; si lo encuentro y le miro con los ojos sé que me escuchará.” Ibrahima aún estuvo un mes más trabajando.

Y comienza su viaje a Libia. De entrada dice: “Libia es otro mundo. Está hecho para sufrir”  La frontera es zona internacional y estás en manos de la Policía. La Policía, además de meterte la mano en el bolsillo por si llevas dinero,  sabe torturar a la persona. Si esa persona es alguien como yo, le pegará en la entrepierna  o  en la cabeza. Sabe que el dolor se esconde ahí.

Ya en Libia consiguió  subirse en una furgoneta, que le llevaba a Sabratha y como explica “les echaron un lona pesada por encima. No veían nada- y sin ver no podía calcular el tiempo. ” A su enfado por la condición el conductor le pegó con su Kalashnikov, allí todo el mundo lo lleva, abriéndole la cabeza, de lo que aún lleva la cicatriz. A las 4 am tuvieron que bajar de la furgoneta y hacer a pie los 12 km de desierto que quedaban para llegar a su destino. Llegaron seis. Los demás se quedaron atrás, en mitad de desierto, con la policía, con la sed. No lo sabía.

Enseguida consiguió entrar en uno de los campamentos de Baba Hassan, en el que había unas 600 personas esperando a que les llegara el día de embarcar hacia Europa. El viaje les costana entre 300 y 400€ A él solo le interesaba dar con su hermano, pero tuvo que callar su deseo para que no le echaran del campo, después de haberle roto algún hueso. En Libia hay muchos de esos campos.

Se enteró que los europeos dan mucho dinero a Libia para que bloquee a los migrantes y que por eso hay tantas cáceles llenas de personas como él.” Libia es una gran cárcel, no es un lugar para personas.”

Pasaba los días enseñando la foto de su hermano  y preguntando si lo conocían, o sabían dónde se hallaba: resultado negativo.

Pasó a otros pueblos, donde Baba Hassan tenía más campamentos – tranquilo – de esos. Todo de noche, o de día como jugando al escondite. Oías tiros por todo. Te escondías, salías, volvías a esconderte. Las calles casi siempre vacías. En una de ellas, oyó los pasos de un viejo que le seguía. Le alcanzó y le enseño su Kalashnikov oculto en la guba, especie de chaleco grande. Le hizo subirse a su coche.

Lo dejó en otro campo, en el que había otras 100 personas o más, mujeres y hombres. No había niños. Después de muchas torturas, cuando vieron que no tenía dinero ni podía pedirlo a su familia, lo vendieron  por el precio de una cabra  a otro viejo, que lo llevó a su gallinero, con montones de gallinas “todas locas, no callaban.”

Su trabajo consistía en dar de comer maíz a las gallinas por la mañana y la noche; recoger los huevos. El viejo venía por las noches se llevaba los huevos,  le dejaba un poco de pan con algo más, suficiente para mantenerlo vivo. Al salir cerraba la puerta y él oía el clac clac de la llave. Hacia el día décimo, le trajo galletas y un poco de agua, comenzó a contar las cajas de huevos. Sonó el teléfono, comenzó a gritar y se marchó corriendo, al cerrar la puerta no oyó el clac. Corrió todo lo que pudo hasta llegar a un tranquilo de Baba Hussan, único lugar en el que se hallaba a salvo. Pensó: “el viejo se ha quedado atrás, pero el miedo no”

Volvió a Sabratha donde estuvo otros 2 meses, sin dinero. Comía lo poco que le podían dar sus amigos. En esos dos meses buscando a su hermano, como dice;” me vacié. Entonces perdí miedo a la muerte.”

Un viernes, al salir de la mezquita un amigo guineano le comentó que nadie se atrevía a contárselo pero que su hermano consiguió un viaje a Europa, y la zódiac en la que viajaban 144  personas naufragó todas murieron.

Después de un profundo proceso interno: “Al final mi espíritu volvió, despacio, a su sitio”

                                                                       Tercera parte

Durante tres días no comió ni bebió.” Me sentaba en el suelo y pensaba: Dónde estoy? Y no estaba allí. Preguntaba ¿con quién estoy hablando? Y no hablaba con nadie. La gente era rara; yo era raro” Al cuarto día comenzó a buscar a su hermano. Me convertí en otra persona. Andaba por las calles desiertas de Sabratha. Los tiros no le asustaban, Hasta la vida le daba asco. “Las ganas de morir se comen el miedo.”

Un día, Emi un amigo camerunés le dijo: ”Ibrahima, te estás peleando con fantasmas”. “Tú estás buscando un castigo, alguien que te pegue, o meterte preso o torturarte. Sí, tú cargas con la culpa, y necesitas que alguien te castigue hasta morir. Entones estarás conforme contigo mismo, conforme y en paz” Y continuó: “Tienes que intentar vivir, tienes que salir de ese mar sucio de tu interior y empezar a caminar por la tierra, sentir miedo, dolor como los demás.” Al final le dijo de otra manera:”? Quieres venir a trabajar conmigo mañana por la mañana?

Así lo hizo. Y a los días decidió salir de Libia y llegar a Deb Deb, ya en  Argelia. La furgoneta en la que viajó lo dejó  cerca de la frontera.

Sabía cómo pasarla dado que ése era ya terreno conocido para él. Caminó de noche y a la mañana se encontraba en Deb Deb. Entró en la mezquita para dar gracias a Dios: “se acabó con Libia.”

Constató que todos los desiertos no son iguales. En Mali hay muchos cadáveres. Allí es más fácil morir que vivir. En Argelia hay un camino trazado, con algunos pueblos pequeños a los bordes. Pasé seis días caminando hasta Ghardaia – 190 km – sin comer nada. Allí comenzó a trabajar. En autobús se fue a Argel, porque pagaban mejor. En Ghardaia los que le conocían de antes decían “que se había vuelto loco. “Antes hablaba mucho y tenía buen humor, en Libia me quedé mudo y de allí volví con dos dolores: Uno Alhassane y dos, como darle la notica a su madre. La vida no me interesaba” Cuando alguien le comentaba algo sobre su apariencia, respondía: “me he vuelto loco, ¿Y? A continuación solo pedía un cigarro. Lo encendía y me quedaba callado. Así es un loco, no tiene fuerzas para nada.”

“Hemos visto muchos cadáveres en el desierto, en el mar: los cadáveres están allí, nosotros seguimos moviéndonos. Alguien te dice ´ven y vienes´, ´vete y  vas”. Con todo, su única preocupación: “¿Cuándo y dónde veré a mi madre? ¿Y qué pensará cuando me vea?”

En Argel estuvo  un año y tres meses. Si el trabajo es duro lo hará la inmigración que nunca faltaba. Dormían ocultos. Nuestra cama era un pedazo de cemento, y como manta el trozo de cartón. “Nos levantábamos, rezábamos, doblábamos los cartones y a trabajar. De las tiendas me echaban “aquí no queremos animales” Llamó a su madre. “Le expliqué que nunca más vería a Alhassane y empezó a chillar. En ese momento mamá lloró mucho. Luego ya no sé. Se agotó el crédito del teléfono  y no pudimos terminar la conversación. Yo también lloré porque quería mucho a ese niño.”

Vivían cada instante tanto con la naturaleza como con su entorno humano: “Cuando vives en el bosque, en Tánger o  en Nador, siempre hay otro bosque que no se ve, el que lleva cada uno en su cuerpo. La gente está callada, nadie habla, pero les miras a los ojos y notas que hay algo dentro de ellos, algo de lo que no pueden escapar. Porque es fácil driblar a la policía, pero no a la conciencia. Cuando digo la conciencia, quiero decir la historia de cada uno.” 

No en vano su padre le dijo:  ”Estés donde estés, estarás en el centro: rodeado de personas como tú, cada una con su  propia historia.” “No sufrirás más que nadie”

Su historia a esas alturas estaba muy centrada en las tres mujeres de su casa. “Cuando llamaba a su madre le preguntaba ´Mamá, ¿las pequeñas están bien? Entonces mi madre les pasa el teléfono y ellas me preguntaban: Ibrahima ¿te acuerdas de nosotras”?

Si algún día vuelvo y están allá sé que me preguntarán, por qué fui a Europa cuando mi plan era volver a casa. Él también se lo preguntaba y tuvo que contestarse: “Cuando una culpa te golpea, es difícil encontrar el camino. Cuando has llegado hasta Marruecos o Libia ya es tarde para volver, tu casa queda demasiado lejos. Estás atrapado entre el desierto y el mar, como un animal. Y tres, Yo no me merezco que los ojos de mi madre me miren. Eso es lo que de verdad pienso.”

Por eso, hace tiempo ya que no rezo. La última vez que lo hizo fue cuando subió a la zódiac. “Recé y pensé: Si Dios quiere que llegue a Europa, llegaré a Europa. Si no lo quiere, me perderé en el mar.” Y añade. “Yo también.”

Un día encuentra un pasador guineano, que le llevó a su casa  de Nador, esperando a que le buscara una ocasión para ir a Europa. Ibrahima tenía dos mil euros,  y el trabajo que hizo en casa del pasador, de la que no salió durante los tres meses, le supusieron los mil que le faltaban para llegar a los tres mil.                                                          

El día de la salida le llevó en coche, de noche, hasta la orilla. La zodiac se hincha por nueve huecos y ahí andan todos soplando, con bombas de pie, de mano. Todo se hace el último momento: hinchar, atar el motor, coger la brújula y empujar la zodiac al agua. La policía marroquí tiene proyectores grandes y lo controla desde lo alto de la montaña. Vieron cómo íbamos a salir y comenzaron a gritar. Pero la zodiac hay que hincharla mucho porque a veces comienza a perder aire por el camino. Éramos 53 personas. Niños, mujeres y hombres.

Ya en el mar, el motor se para. . . y al final después de muchos intentos, arranca de nuevo. Y la brújula se estropeó, Ya sin ese pequeño referente, perdidos en el mar. Por los cuatro costados solo el mar.

Su espíritu se fue volando, ”Alhassane se marcharía en una noche como ésta. Y pensó en cada miembro de su familia.

Hombres y mujeres, el capitán incluido comenzaron a llorar. Alguien nombró capitán a un senegalés de la “expedición”.  Yo intenté atar las alas de mi espíritu, pero no fue fácil. Veía todas las caras de mi familia. Mirando por el lado que mires: imposible. La zodiac comenzó a perder aire. El capitán mandó a la gente a un lado de la zodiac. Casi volcamos. Todos gritaron y luego lloraron. Yo también lloré. Tenía el miedo metido hasta los huesos. Era imposible.

Me quedé esperando a la muerte, sobre todo cuando apreté la zodiac con el dedo y vi que ya no tenía aire.

Y al tiempo se oyó el ruido de un helicóptero, luego el barco de rescate.

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                          HÉROES ANÓNIMOS, o MÁRTIRES DE LA GLOBALIZACIÓN.                                                                               

Todos los que han  muerto en el intento se merecen un Homenaje Póstumo, por qué  no, el de la santidad incluido. San Dimas, el Buen Ladrón,  es santo solo porque en la cruz le dijo a Jesús: “acuérdate de mí en tu paraíso.” Al enfermo que, sus amigos le pusieron a los pies de Jesús, solo por eso, le dijo “tus pecados te son perdonados”.  Como Ibrahima, como San Dimas, seguro que todos ellos se encomendaron a Dios. En la gran mayoría de esos jóvenes que se embarcaron en semejante viaje, había amor por sus familias; había un deseo de mejorar; en cuanto podían se ayudan mutuamente. Me atrevería a decir que, en todos ellos la vivencia de Dios, sobre todo en esa situación, era íntima y la oración estaba en sus labios. Y los no creyentes, así como por la fe de los portadores perdonó los pecados al enfermo, de igual manera ellos entraban en el mismo “paquete”.

Y siguiendo con el atrevimiento, decir que,  ninguna, ninguno murió jurando contra Dios y que al igual que con Jesús en la cruz cuando gritó “¿Padre, por qué me has abandonado? Dios estaba pendiente de cada una de ellas, cada uno de ellos. Están en El, y no aquí, porque les negamos el PAN por el que murieron. Y al igual que San Pedro con su martirio dio gloria a Dios, ellas y ellos se la han dado con el suyo. Incluso quien pudiera morir jurando contra Dios, seguro que su juramento,  Él lo refería a la pregunta-reproche de Jesús:” Por qué me has abandonado?”  A Dios gracias, Dios se nos escapa de las manos.

La dignidad humana nos viene de nuestro ser  Cosmopolitas, lo que da sentido a las nacionalidades. El ser Cosmopolitas da el mismo derecho al rey, al papa, al presidente de cualquier nación, que al niño que muere de hambre, al migrante que muere de sed. Cada uno tiene su propia historia, igualmente válida. Se ha conseguido que, al interior de la ONU, de cualquier nación, iglesia los derechos  humanos hayan quedado en la letra, sin llegar al espíritu.” La letra mata, el espíritu da vida.”

Me imagino que tanto el helicóptero como el barco de rescate mencionados, como los migrantes que  hacían todo a escondidas de la policía, también ellos actuaron burlando las vigilancias costeras. O cuanto menos, contra la voluntad de los poderosos.

Es de suponer, el cabreo de la UE y similares, ante la ineficacia de esas policías de Libia, Túnez, marroquíes y otras,  que hacen parte de la seguridad de las orillas europeas, a las que pagan tantos millones de euros. Cabreo al que se unirán, en un grito común, los partidos políticos europeos a los que un migrante les causa náuseas. No así a la materia prima material que procede de los mismos  países de origen, que la mayoría de las  veces, de manera ilegal, ilícita, cruza esas mismas orillas con todas las puertas abiertas.

En septiembre del 2019, Ibrahima recibió de una comisaria vasca una notificación:


RESOLUCION:
  DENEGAR EL DERECHO DE ASILO ASI COMO LA PROTECCION SUBSIDIARIA a ELHADJ IBRAHIMA BALDE, nacional de Guinea.

Posiblemente, como diría él mismo, no leyeran su solicitud con los ojos del corazón. Se quedaron en la letra,  la que mata y no en el espíritu, que da vida. Un cosmopolita como Ibrahima y tantos como él, los que hoy mismo están cruzando desiertos y mares, con su “propia historia”, la mayoría de las veces basada en su amor a familiares, son los que dan sentido a la vida.

Es increíble con qué facilidad nos deshacemos de esta “materia prima humana” que se nos presenta desnuda, arropada  por el dolor, la angustia, el terror, el haber sido tratados peor que a  animales. . .pero con la determinación de querer trabajar para ayudar a sus familias en origen. Estos hombres y mujeres que se han agarrado a cualquier tipo de trabajo, en las condiciones más inhumanas: perseguidos por la policía pero  contratados como mano de obra a cualquier precio, bajo una misma administración política, lo que supone una contradicción en términos: por una parte los persiguen, por la otra los explotan.  Y eso se da hoy día en la gloriosa Unión Europea.

Jóvenes comprometidos con sus obligaciones hacia sus padres y hermanos y no por sus derechos ante ellos. Que al llegar a Europa, solo buscan trabajo pensando en sus familias, más que en ellos. Y se encuentran que también aquí se les dice: “Fuera, no sois de aquí”. “Venís a quitarnos nuestro trabajo” que, como en Argel, son trabajos para la inmigración. Una vez más: la contradicción en términos.

Así como Ibrahima molestaba en el País Vasco y se le echó, posiblemente haya sido la suerte de la mayoría de sus 52 compañeros de la zódiac.

¡Qué oportunidad despreciada!!Qué ciegos somos! Ibrahimu y los que como él andan por Europa, la mayoría  escondiéndose aún  de la policía y de algunas fuerzas políticas, tendrían que ser los que, con cara limpia, pudieran dirigirse en las escuelas de aquí a los alumnos. El peso sobre sus espaldas y la apertura de sus espíritus son la  mayor garantía de honestidad, humanidad, solidaridad a las que deberían  exponerse jerarquías de todo rango, sean políticas, económicas, religiosas, humanistas y otras. Sus estrados están al interior de la ONU, la UA, la UE. . . Sus púlpitos en la Curia Romana, las Conferencias Episcopales. Su condición Cosmopolita lo reclama.

Pero, como sentía  Ibrahimu sobre la zódiac vacía: Imposible. Allí le “sonó la flauta por casualidad” y fue posible. Ahora todas las “bandas sonoras oficiales” se empeñan en hacerlo imposible.

Si tenéis ocasión  de leer HERMANITO, en todo su viaje de tres años, solo en una ocasión debió enfadarse y decir palabras, que no se atreve a mencionarlas, por las que recibió el golpe  en la cabeza con el Kalashnikov. Al igual que Mandela, Marcos Ana. . . todo muy duro, pero limpios, sin odio. Necesitamos muchas personas como Ibrahima Balde, que ya están entre nosotros.

“El que tenga oídos para oír, que oiga” (A tenerlo en cuenta cuando, estando tomando una cerveza en una terraza. se nos acerca un joven africano ofreciéndonos calcetines – al menos hablarle con los ojos – “esas palabras no se caen.”

Ángel                                                                                                                                                                                                     Agosto 2023

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